jueves, 8 de diciembre de 2011

Sensaciones de la Copa...

Finales con diferente sabor

Hace aproximadamente dos años, un 13 de mayo de 2009, tuve la enorme suerte de asistir a mi primera final como aficionado del F.C. Barcelona. Todo lo que rodeaba a aquel partido olía a grandeza, a algo que iba mucho más allá de un simple duelo entre dos equipos que aspiran a conseguir un título. La expedición culé partía desde Barcelona (en su gran mayoría) con un ánimo especial después de que la llegada de Pep Guardiola hubiera devuelto una ilusión que se había ido apagando en los dos últimos años de la era Rijkaard, dos temporadas con más sombras que luces y Xen las que el aficionado blaugrana había presenciado con tristeza y melancolía como sus ídolos de unas temporadas atrás habían entrado en una espiral de decadencia de la cual lamentablemente ya no iban a salir. Esa temporada 2008-2009 había empezado con un Guardiola discutido en el primer tramo de campaña por no empezar con buen pie en lo que a resultados se refiere y llegando a dudar una parte de la junta directiva de su valía para levantar la situación. Pero el desenlace fue el que todos hemos podido ver y vivir (otros sufrir) y no fue otro que la posibilidad para todos los culés de presenciar, disfrutar, saborear los mejores años de la historia de la entidad, empezando por un primer curso de ensueño y que tuvo como primera meta esa final de Mestalla frente a un Athletic que acudía a su cita favorita 24 años después.

La afición del Athletic celebró a lo grande volver a una final 24 años después


Qué duda cabe que en Bilbao el Athletic es una auténtica religión y que la devoción por los colores rojiblancos de la elástica del club vizcaíno llega hasta límites insospechados. Cuando el Athletic juega en casa, la ciudad se paraliza y La Catedral ruge hasta ensordecer prácticamente la ciudad entera. Bien, pues solo falta imaginarnos como puede llegar a ser el bombo mediático y la ilusión contenida durante esos 24 años en los cuales una generación entera no había podido vivir una final del torneo predilecto del club, de su trofeo, a las finales del cual habían estado abonados durante casi toda su historia hasta que el Atlético de Madrid les apartó el 30 de junio de 1985 de la que habría sido la vigésimo cuarta Copa del Rey en su casillero. Desde entonces todo habían sido sinsabores para los leones, San Mamés dejó de albergar partidos de los considerados grandes, de los que ganan finales, de los que dan acceso a la gloria (aunque sí bien es cierto que el Athletic pudo degustar una temporada codeándose con la élite del fútbol europeo disputando la Champions de la edición 98/99).

De esta forma encaraba el Athletic y toda su gente la final de 2009, sabedores que nadie les atorgaba el papel de favoritos y pocos eran los que creían en sus posibilidades. Pasara lo que pasara, el conjunto vizcaíno volvía a estar entre los más grandes de la liga española y eso ya era un logro después de dos décadas en blanco. La ciudad se volcó con su equipo, no había un solo establecimiento en la capital del País Vasco sin una bandera del Athletic Club ondeando en su balcón, en su aparador o en su tejado. Ese clima de euforia se tradujo en una más que apreciable mayoría rojiblanca en la capital del Turia y también en Mestalla, donde entre los aficionados culés había cientos de corazones leones camuflados entre las banderas blaugrana. Ese día la suerte del fútbol no les sonrió ni tampoco acompañó que se toparan con uno de los mejores conjuntos que se estaba forjando en la historia del fútbol. Pero daba igual, la fiesta no se apagó y al final del encuentro se produjo una comunión de aficiones histórica, magnífica y profundamente emotiva. Los jugadores de ambos equipos aplaudían a las aficiones rivales y parecía que no hubiera un conjunto vencedor, sino que se hubieran repartido el título entre ambos y un pedazo de trofeo también hubiera viajado hacia Bilbao.

Los jugadores del Barça ofrecieron la copa a su gente y felicitaron a la afición de los leones


Siempre me resulta agradable recordar ese día, un día que quedará para la posteridad entre las más de 60.000 personas que dimos colorido a la ciudad de Valencia en un clima de convivencia ejemplar, donde la hostilidad que se suele tener hacia el rival se aparcó por unas horas para dejar paso al ambiente festivo, a la fiesta del fútbol, lo que verdaderamente importa y da salsa a este deporte.




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